domingo 24 de mayo de 2009
Mafasca, la luminosidad errante
Si el misterio tiene un nombre en canarias ese es “luz de Mafasca”. La rica casuística acumulada en los dos últimos siglos en torno a las apariciones de una enigmática luz por los parajes de Fuerteventura, convierten a la luminaria de Mafasca en un complejo acertijo difícil de solventar. Superados los convencionalismos y las leyendas, y ante el comportamiento inteligente que presenta, la pregunta es simple y contundente, ¿qué es la luz de Mafasca?
Por José Gregorio González
La luz de Mafasca, un fenómeno recurrente presente de una forma clara en más de una veintena de parajes de todo el archipiélago canario, constituye a pesar de todos los intentos desplegados para identificarla, una anomalía científica difícil de explicar. Pequeña como la luz que desprende un cigarro encendido en la oscuridad –o la que emitiría un moderno puntero láser–, o por el contrario tan grande como para ser observada con el mismo tamaño a kilómetros de distancia, la luz de Mafasca es capaz de dividirse y reagruparse, modificando su tamaño y forma hasta adquirir la de una hoguera, la de una esfera chispeante o convertirse en un destello cegador antes de desaparecer. Pero sin embargo, lo más desconcertante de esta luminaria cuyo color es predominantemente rojizo –aunque con variaciones hacia el blanco–, es que es capaz de perdurar durante horas acompañando a los lugareños en sus recorridos nocturnos, recorridos que con frecuencia en la árida orografía de la isla son kilométricos y que son realizados por la singular luz a escasos metros de distancia de los testigos. ¿Qué tipo de fenómeno natural se comporta de esta manera? ¿Qué carga eléctrica, gas incandescente o reflejo manifiesta indicios de inteligencia en su comportamiento reaccionando con “curiosidad” ante los testigos? La respuesta a éstas y otras cuestiones evidencian la complejidad de un misterio vivido desde la cotidianeidad por las familias de Fuerteventura.
El gran encuentro
Nuestro primer contacto directo tuvo lugar en la primavera de 1998, sirviéndonos de apoyo el que por entonces fuera concejal de cultura del ayuntamiento de Antigua, Zacarías González. Gracias a él recogimos valiosos testimonios que transcurrida una década cobran un valor añadido al haber fallecido algunos de sus protagonistas, entre ellos el que a nuestro juicio seguimos considerando el testigo del caso más singular e importante de cuantos se han podido documentar, Domingo Alberto Brito. Le conocimos con 83 años, con una lucidez envidiable y un patrimonio vital que lo había convertido en una leyenda vida en la isla por su aportación a la cultura tradicional. Tras muchos encuentros personales con aquella misteriosa luz, Domingo conocía perfectamente la gran velocidad que podía alcanzar la luminaria y las zonas que con frecuencia recorría, “apareciendo en la montaña, bajando hasta el molino, pasando por el cementerio, la iglesia y cogiendo rumbo a Mafasca y la costa”. No obstante, el conocimiento del fenómeno no era garantía de una reacción serena. “Fue en 1941, al año de casarme. Yo vivía en Betancuria pero había venido a las fiestas de Antigua. Cuando regresaba a mi casa vi la luz a lo lejos sobre un lomo, por lo que aceleré el paso, pero al momento ya estaba cerca. A la altura de un pequeño barranco la luz pareció bajar, y yo aproveché para ir más deprisa todavía cogiendo un atajo, pero cuando llegué al final allí estaba la luz, paradita junto a un mojón y una pitera. Seguí para mi casa y de nuevo quise evitarla, por lo que en vez de seguir por el callejón que daba a mi casa, caminé por la gavia. Cuando salí de la misma salté al camino junto a mi casa, y la luz estaba de nuevo quieta, posada encima de una piedra que había en la entrada. Entonces se me ocurrió darle una patada, y cuando lo hice, ¡se quedó todo el pueblo de Betancuria encendido, como el ‘peso’ del mediodía! Desde ese día no la he vuelto a ver”.
El insólito juego que mantuvieron Domingo Alberto y la luz terminó con la puerta de la casa del primero en el suelo, para sorpresa de su mujer, a quien tan sólo alcanzó a decirle que “hay una luz ahí fuera que no me gusta nada”.
Para el recuerdo también quedará la experiencia de Ana María Delgado, quien nos dejó hace menos de un año. En el verano de 1992 junto a dos matrimonios amigos se topó con la luz en la zona costera de El Cotillo, en un punto muy distante de Mafasca. Era de noche, y mientras los hombres cogían unos cangrejos, las mujeres conversaban con toda normalidad en el interior del Land Rover, hasta que a lo lejos vieron una pequeña luz que se acercaba. “En un primer momento pensamos que era una persona que venía hacia nosotras, pero pronto nos dimos cuenta que venía demasiado alta como para que fuese alguien con linterna. Al llegar a nuestra altura, aquella lucecita dio un tremendo fogonazo e iluminó de color rojo el interior del coche”.
Fogonazos que ciegan
Los majoreros, en su intento de buscar una explicación al misterio, han identificado a la luz en sus tradiciones con el alma en pena de un hombre que cometió el sacrilegio de matar y comer un carnero, asado con el fuego de una cruz de madera, y para colmo en Jueves Santo. El incauto habría materializado tan atroz acto en un momento de desesperación, presa del hambre y el frío, tras su evasión de la hacienda a la que pertenecía en un estatus cercano a la esclavitud. En otros lugares de Cana-rias las luces son asociadas a la acción de las brujas en sus reuniones, a cosas de duendes, a espíritus o maxios guanches que en el marco de las creencias aborígenes tenían vínculo con el Sol, o incluso a tesoros escondidos, como sucede en la costa gomera de La Dama o en la isla de La Graciosa, donde la leyenda presenta analogías con las luces del tesoro de la tradición escandinava. Las repetidas visitas que hemos realizado a Fuerteventura han permitido enriquecer la casuística de manera asombrosa, documentando tanto la espectacularidad que con cierta frecuencia adoptaba el fenómeno, como la abrumadora cantidad de majoreros de la condición y formación más diversas que aseguran haber tenido alguna observación.
En la más reciente de nuestras campañas en los parajes de Antigua, llevada a cabo el pasado mes de marzo, la Luz de Mafasca volvió a sobrecogernos. La coherencia de los testimonios es contundente, y la cercanía de los encuentros desconcierta. Fue gratificante volver a encontrarnos tras casi diez años con Petra Padrón, “Tita”, quien siendo niña vio la luz junto a sus hermanos cuando en las frías y estrelladas madrugadas debían recorrer grandes distancias para llevar a pastar el ganado. “La vimos sobre la Solana de Buenavista, pequeñita primero y haciéndose más grande después, en un lugar y en una época en la que no había coches ni nada que nos confundiese”. Nuestra visita al Club de Mayores de Antigua fue toda una revelación, al poder ubicar simultáneamente a diversos testigos y contrastar sus experiencias e impresiones. María Peña Santana, miembro activo de la asociación vecinal, tuvo su primera observación cuando era una niña: “aquella luz saltaba de una montaña a otra con gran rapidez, a mucha distancia de nosotros pero perfectamente visible. Jamás olvidaré cómo el adulto que nos acompañaba en aquel trayecto de madrugada desde Antigua a La Torre insistía en que no mirásemos la luz, que la ignorásemos, cosa que obviamente éramos incapaces de hacer. Nuestras curiosidad podía más”. Su aportación al conocimiento de la luminaria dobla su valor cuando comparte con nosotros la experiencia de su hermana, a quién la luz le “estalló” a unos metros de distancia. “Salía de calar junto a más personas y cuando echaba a andar hasta casa ante la atenta mirada de los vecinos la luz apareció en un cercado. A mi hermana, que no creía en la luz, no se le ocurrió otra cosa que decir, ‘¡pues que bien, esa es la luz de Mafasca y con ella nos alumbramos por el camino!’. De repente salto situándose en un suspiro a pocos metros, sobre un muro, donde explotó alumbrándolo todo”. Su propio padre cierra el círculo de una familia tocada por el misterio, pues también él había sido testigo del comportamiento “revoltoso” de la luz cuando se cruzó delante de su camión.
Encuentros cercanos
Francisco Hernández está estrechamente ligado al colectivo de mayores del municipio. En su caso –y aunque a lo largo de su vida afirma haberla visto a gran distancia–, la llegó a tener a menos de diez metros hacia el año 1950, no titubeando al señalar que “si la luz de Mafasca era algo, sin duda era aquella luminaria que tuvo tan cerca. Venía junto a mi tío y mi hermano de camino a Triquivijate cuando a la altura de las Cercas de Escaque vimos una luz saltando de un lado a otro, a distancias imposibles para una persona. Terminó dando un gran salto y colocándose donde llaman la Pared Cruzada. Se paró un rato y de allí dio otro saltó hasta la Cerca del Larde dividiéndose en dos, una delante y otra detrás”.
La extraña luz, con la que su padre ya había tenido encuentros y que se colocaba junto al coche de su tío acompañándole en sus trayectos, se movía “dando brinquitos, como jugando pero guardando cierta distancia”, descartando por completo que aquella observación fuera el fruto de un reflejo, una confusión con alguna persona portando una luz o cualquiera de las explicaciones que han sido propuestas, como fuegos fatuos o incluso de San Telmo. Manuel Cabrera es otro de esos testigos singulares, no tanto por la espectacularidad de sus vivencias como por el número de ellas. Sus observaciones se remontan a su infancia e incluso muchas de ellas las vivió en compañía de otras personas que corroboran los hechos y disipan la posibilidad de la alucinación. “De joven salía de un baile en Valles de Ortega y sobre un montaña observé una luz quieta, estática. Poco a poco se fue agrandando y cambiando de tamaño, para convertirse en dos y cambiar de posición alineándose en vertical y en horizontal. La zona era por completo inaccesible”.
En un rincón tan especial como la Era de la Corte hacemos nuestra última parada, a escasa distancia de la “cruz de los muertos” que en los llanos de Mafasca ayuda a recordar el misterio y viejas costumbres funerarias. Desmenuzamos recuerdos y viejos cuentos brujeriles, mientras cae la noche y los allí presentes albergamos, tras varias jornadas recopilando testimonios, la ténue esperanza de convertirnos en testigos del misterio…
Fuente: www.akasico.com
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